“Kafka, Kafka y Franz Kafka”

Dice Roubaud que los tres escritores en los que Georges Perec reconocía a un verdadero modelo se llamaban “Kafka, Kafka y Franz Kafka”. Y en esta fotografía, Perec pensaba que se parecía a Kafka.

No sé a cuál de los tres.

Robinson Crusoe

A la pregunta «¿qué lector debemos ser?» Virginia Woolf evoca de pasada a Robinson Crusoe.

Esta referencia no es casual. Virginia Woolf se imagina al lector ideal como una especie de náufrago, es decir, un lector necesitado, despojado de sus bienes, ligero de ropa y tirado a la deriva.

Un buen lector no es aquel que se acomoda en sus certezas lectoras, sino aquel que consigue desaprender lo aprendido, desprenderse de lecturas pasadas y demasiado pesadas.

“Es necesario beber océanos y orinarlos después”, escribió Flaubert.

En otras palabras: volver a leer con ojos infantiles, renovar nuestra capacidad de asombro, estar especialmente sensibles a lo extraño y desorientador y, sobre todo, hacerle caso, mucho caso, a la emoción que sentimos al leer.

Ése es el sueño. Ser ese lector.

Apaleamientos

Tres escenas de apaleamiento inolvidables. La pesadilla de Raskolnikov en la que un borracho azota hasta la muerte a su yegua entre carcajadas; los bastonazos de Mr Hyde a un anciano («se oían los crujidos de los huesos al romperse»); las patadas de los críticos al taxista paquistaní en 2666.

Desde la fascinación

Un crítico dijo algo muy acertado acerca de Las cosas de Perec. Dijo que aunque Perec escribió sobre la sociedad de consumo, no lo hacía a la manera de Debord o Muray, quienes no mostraban ningún amor por aquella época. En Perec la crítica nunca va desligada de una profunda fascinación. De ahí su ambigüedad, de ahí su valor.

Vila-Matas en un cine del Quartier Latin

«¿Has venido aquí a París dispuesto a forjar tu propio estilo. ¿no es así?», le preguntó Marguerite Duras a su joven inquilino. Era Enrique Vila-Matas y ocurría a principios de los años 70.

Era una pregunta peliaguda, sin embargo Enrique Vila-Matas encontró un principio de respuesta en un cine del Quartier Latin en el que descubrió un cortometraje de Wim Wenders: Tres long plays americanos. En este cortometraje “se veía pasar la ciudad, los negocios, carteles publicitarios, las afueras, cementerios de automóviles, fábricas, mientras se oía la música de Van Morrison.” El protagonista del corto resultaba ser, contra todas las expectativas, el rock and roll.

Fue uno de esos días que marcan un antes y un después. Vila-Matas se dio cuenta, en aquel pequeño cine de París, de que no debía descartar nada en literatura, que podía incluir el rock and roll en su escritura si él lo quería, como lo hacía Wenders en aquel corto, que podía incluir en su escritura lo que le diera la santa gana. Se sintió más libre para siempre. Y así empezó a forjar su propio estilo. Hasta ahora.